El rumor de los silencios.

Siempre es bueno tener miedo. El miedo y el dolor nos demuestran que estamos vivos.

lunes, 15 de octubre de 2012

El capitán y el perro. 2º

Después de lo sucedido, el barco continuó navegando hacia su destino, Madagascar. Los marineros sentían curiosidad por ver el camarote, que no habían visto nunca salvo los días en que el capitán había permanecido allí muerto. Entre ellos decidieron entrar en el camarote por si encontraban algo curioso. Así lo hicieron, empezaron a registrar y vieron diversas cosas. Algunas deberían ser valiosas en particular. Tenía barios cuadros pintados, hubo de haberle gustado el arte. Los marineros no sabían de ese arte, lo que sí sabían es que era un trabajo precioso. Se dieron cuanta de que debajo de todos los cuadros tenía una pequeña rosa. Quedaron en que quizás fuese su firma de artista, aunque él se hubiera llamado Aarón. Algunos de ellos no estaban de acuerdo con el que cogió el mando del barco. Claro, que de los que iban en el barco era el que más había navegado. Pronto empezaron las discusiones y las riñas, algunas llegaron a lo más fastidioso. La muerte total, murieron tres. El viaje era cada vez más eterno. Llevaban tres meses y aquello era desesperante, ya que habían muerto dos hombres más a causa de una grave enfermedad. En total quedaron cinco de los que empezaron. Con los que habían muerto por el camino tuvieron el mismo funeral que el antiguo capitán, a la mar. Por fin llegaron a su destino. “Señores, ahora tenemos que buscar gente, porque nosotros solos no podemos desembarcar tal mercancía”. No hicieron nada más que desembarcar cuando se les acercó una señora, de unos treinta años, con una elegancia señorial, un vestido color malva haciendo conjunto con la pamela que llevaba. Les preguntó por su capitán. Ella conocía el barco porque se llamaba Rosa. Pronto recordaron el símbolo grabado en todos los cuadros de Aarón. El barco, al igual, se llama Rosa. Los marineros le contaron la mala suerte que había atravesado el barco durante el viaje. La señora comenzó a llorar. Les empezó a contar en estos términos: “Nos conocimos una noche que él había desembarcado de uno de sus viajes y entró en el bar en el que yo trabajaba. Era un bar de marineros donde se bebían grandes cantidades de alcohol. Yo bailaba para ellos y me ponía muy ligera de ropa porque el dueño me lo pedía. Una noche, después de mi trabajo, me pidió una invitación y yo la acepté. Después de estar tres o cuatro horas juntos acabamos durmiendo en la misma cama. De aquella feliz noche tuve un niño que ahora tiene dos años. Me hubiese gustado mucho que hubiera tenido la oportunidad de conocerlo, porque su historia, su vida, no era muy alegre para estar durante tanto tiempo en el mar.” Después de terminar el relato los marineros quedaron casi acongojados. “Bueno, señora- dijo uno de ellos-, la mercancía que traemos es valiosa y podríamos hacer un trato. Usted se queda con la mercancía y nosotros nos quedamos con el barco porque es nuestro trabajo.” “Pues sí- concedió-. Como necesitáis marineros para desembarcar la mercancía, yo os ayudaré en la búsqueda de más gente.” Le contestaron que sí. Efectivamente encontraron con bastante rapidez a gente para embarcar. Estuvieron una semana trabajando hasta que lo descargaron por completo. La señora conocía a mucha gente. Pronto les salió un encargo en otro puerto cercano, que lo aceptaron. Entonces la señora les pidió que si podía embarcar junto con ellos. “Soy buena cocinera, sé que vosotros me necesitáis para lavar la ropa y coserla.” Estuvieron de acuerdo. Tan pronto como pudieron comenzaron a preparar las provisiones. Cuando todo lo tenían terminado se dirigieron al puerto. Ya que todo lo terminaron se hicieron a la mar, incluido el hijo de la señora. Seguramente se haría marinero, como su padre Aarón.

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